sábado, 31 de enero de 2009

La religión y el cerebro


Durante mucho tiempo se consideró que el mundo espiritual y, más específicamente, las experiencias trascendentales que tienen muchas personas en un estado de éxtasis espiritual, caían fuera del reino de lo biológico, de lo natural o de cualquier cosa “real”. Un nuevo campo de estudio denominado neuroteología, ha experimentado un rápido crecimiento en los últimos años. Los investigadores –el más conocido de ellos, Andrew Newberg, M.D., de la Universidad de Pensilvania- han buscado cuantificar las experiencias espirituales y descubrir qué ocurre en el cerebro de los budistas tibetanos cuando meditan y de los monjes franciscanos mientras rezan, por ejemplo. Mediante el empleo de técnicas sofisticadas –incluídos los scanogramas SPECT que utilizan un rastreador radiactivo- al estudiar el cerebro de los sujetos de prueba mientras tenían una de las denominadas experiencias místicas, Newberg y otros científicos identificaron las regiones el cerebro que están activas durante estas experiencias. Al trabajar con personas que se encuentran en un estado de profunda meditación u oración, han determinado que el conjunto de neuronas en el lóbulo parietal superior (la zona de la asociación y la orientación) se aquieta durante estos períodos de intenso foco y concentración. Como es de esperar, el lóbulo frontal se enciende con la actividad.
El centro de la orientación y la asociación se ocupa de ubicarnos en el tiempo y el espacio: de establecer cómo se orienta nuestro cuerpo físicamente en el espacio y de darnos una “imagen” de dónde empieza y dónde termina nuestro cuerpo. Con la actividad acallada en esa área, no sorprende que la gente experimente un sentido de unidad con el universo. El director de orquesta del cerebro, al estar involucrado en la concentración enfocada activa, acalla el centro que define los límites del cuerpo, algo comparable a silenciar la sección de los vientos en la orquesta. El lóbulo frontal también suspendió nuestra sensación de estar ubicados en un determinado tiempo y espacio. Entonces, allí estamos, sin un límite entre nosotros, los otros y el entorno, sin sentido del tiempo ni del espacio, sin sentido del yo, y –como expresa el Dr. Newberg- empezamos a “percibir el yo como infinito e íntimamente entretejido con todos y con todo”.
Habiendo trabajado con personas capaces de una gran concentración y focalización, con aptitudes para la observación y con un sentido de la conciencia de sí mismas sumamente desarrollado, éstos investigadores demostraron que existe una relación directa entre la contemplación espiritual y la actividad cerebral alterada. Durante un estado de intensa contemplación, las experiencias de la mente son tan reales para estas personas que meditan como lo es el panorama fuera de nuestra ventana. Vincular la experiencia espiritual con la función neurológica no necesariamente significa que las experiencias existan sólo en la mente o que los cambios neurológicos provoquen la experiencia. El cerebro puede estar percibiendo una realidad espiritual.

Desarrolle su cerebro
Joe Dispenza
Editorial Kier

Talleres de Meditación


Una de las “fallas” inherentes a la condición humana básica, es la desoladora incapacidad para la satisfacción.
A lo largo de los siglos, sucesivas escuelas filosóficas han ido dando explicaciones a esa condición del ser humanos. Los taoístas lo llaman desequilibrio, los budistas ignorancia, el islam lo entiende como una rebelión contra Dios y la tradición judeocristiana entiende el sufrimiento como consecuencia del pecado original y nuestra separación del estado de fusión armónica con lo divino.
La escuela freudiana lo entiende como el choque entre nuestra naturaleza básica y los mandatos de la civilización, y la junguiana como un desconocimiento del Self.
Los yogis –el yoga es la práctica disciplinada de una unión sagrada- afirman que el malestar humano hace referencia a una falsa identidad.
Sufrimos cuando nos creemos un simple individuo que nos presentamos en solitario frente a los dolores del mundo, ante nuestros miedos, y sobre todo, ante nuestra mortalidad.
La yoga dice que éste sufrimiento es producto de no haber podido hallar nuestro carácter divino que se halla arraigado profundamente en todos y cada uno de nosotros. Ese Ser supremo que mora en lo profundo de nuestro corazón y disfruta de una paz eterna, es nuestra identidad verdadera, universal y divina.
El mismo Cristo, en Juan 10-34, dice: “En la Ley está escrito: Yo dije que vosotros sois dioses”, y una frase del filósofo Epicteto resuma la misma idea: “Pobre desgraciado, que llevas a Dios en tu interior y no lo sabes”.
Quiero decir que, desde el principio de los tiempos hasta nuestros días con los últimos descubrimientos de la física cuántica, los grandes maestros siempre han afirmado que somos Uno con el Todo. Los místicos de todas las religiones y de todos los tiempos al describir sus experiencias, acaban narrando exactamente el mismo suceso. Por lo tanto, toda práctica espiritual es un intento de experimentar nuestra divinidad personal y conservarla para siempre. Todas ellas sostienen que Dios es una experiencia y una presencia. Quizá todos podamos comprender esto, es relativamente sencillo de entender, pero verdaderamente difícil de asimilar: intentemos poner en práctica éste concepto las 24 horas del día, y veremos que no es tan fácil. Nos pasamos la mayor parte de la vida, la mitad de las veces huyendo de alguna molestia, y la otra mitad lanzándonos ansiosos hacia algo que promete un mayor placer.
¿Qué tal si lográramos estarnos quietos y aguantar un poco sin lanzarnos al farragoso camino de la circunstancia? ¿Qué tal si aceptamos la situación, sea ésta la que sea, por una vez en la vida? Estarse quieto. En última instancia, eso es meditar. Sentarse con Eso sin esperar nada, sino sencillamente siendo.
En el fondo todos pensamos que para ser sagrados tenemos que cambiar radicalmente de personalidad, renunciando a nuestra individualidad. A eso los orientales lo llaman pensar equivocadamente. Dicen que la austeridad y la renuncia no tienen ninguna eficacia. En contrario, afirman: Para experimentar a Dios sólo hay que renunciar a una cosa: a la idea de que Dios es independiente de nosotros. Por lo demás, debemos conservar nuestra esencia, nuestra personalidad natural. “El hombre sabio siempre se parece a sí mismo”.
Para encontrar a Dios, hay que abandonar el ajetreo de la mente y las necesidades del ego y entrar en el silencio del corazón. La guía es la suprema energía de lo divino. Según dicen los yogis, y confirma nuestra ciencia occidental, nos movemos siempre en tres estados de conciencia: la vigilia, el sueño, y el sueño profundo. Pero existe un cuarto estado, que neurólogos modernos incluso han logrado comprobar estudiando a yoguis en estado de alta meditación, que es la conciencia en estado puro y abarca a los otros tres. Los yoguis lo llaman turiya, y dicen que de eso se trata Dios. Esa conciencia constante, esa apreciación de la presencia de Dios en nuestro interior, sólo sucede en este cuarto estado de conciencia.
Meditar es dejar de buscar las respuestas en el mundo exterior, es alejarse de la periferia para acercarse al centro, es rogar por la gracia y dejarse llevar, es la sabiduría de galopar entre el libre albedrío y el destino, es diligencia sin garantías, es dar un salto gigantesco desde lo racional hacia lo desconocido, es dejar de ser el director del mundo entero por un rato, es aceptar las cosas como son y quedarse quieto. Es buscar a Dios con la misma diligencia y perseverancia con que buscaríamos a un hijo que se nos ha perdido. Es darnos cuenta que estamos hechos de huesos, sangre y carne, pero también de energía, amor y paz.
Y fundamentalmente, es tener la sagrada experiencia de que Yo Soy Eso.

Jardines del Alma


Que son los jardines del alma?
Espacios de encuentro con uno mismo, con ese ser amado que soy yo, vivido, a veces demorado entre el devenir de las acciones del mundo concreto. Espacios donde los sentidos celebran el llamado a uno mismo. Espacios donde la fiesta del alma amada se concreta en un encuentro infinito con su mundo interior único y diverso. Y a la vez, son espacios de encuentro con el otro, de acercamiento y amor entre los seres con los cuales compartimos nuestra vida.
Y tú me dirás…mi espacio es muy pequeño y necesito un área mayor de expresión, mi espacio es demasiado amplio y mi universo íntimo se ve expuesto, o simplemente deseo encontrar mi lugar. Sin embargo, las dimensiones únicas del alma apelan a la memoria, a la metáfora de la vida y del renacimiento de uno mismo siendo sólo un recordatorio de los ciclos de la vida.
Árboles que tamizan la luz y refrescan, arbustos que nos brindan color y texturas diferentes, flores y plantas que incluyen y despiertan los sentidos a través del tacto, los aromas, el color, construyendo la casa del alma. Los elementos de la naturaleza agua, fuego, metal, tierra construyen una metáfora de la expresión de tu ser. Tu espacio de vida, sea este un balcón, tu ventana, el espacio de estar, tu terraza, tu jardín exterior son los lugares de su expresión.
Nuestro mundo construido es la manifestación de las energías de nuestro mundo interior, podemos sanar en ambas direcciones. Construyendo y cuidando tu espacio del alma, contribuyes a la sanación y al cuidado de tu mundo interior.
Mi tarea es la de contribuir a tu expresión y a tu encuentro a través del diseño y la construcción de espacios únicos y exclusivos de jardines, terrazas y balcones en tu casa y en tu oficina que invoquen el despertar y sanar para la celebración de tu alma.´



Mónica Dazzini Langdon
Arquitectura sustentable
Paisajismo ambiental